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Σάββατο 15 Μαρτίου 2014

Anarquismo social, una corriente de futuro

[Το κείμενο "Κοινωνικός Αναρχισμός, ένα ρεύμα του μέλλοντος" όπως μεταφράστηκε στα Ισπανικά για τις ανάγκες του τρίτου τεύχους του θεωρητικού περιοδικού της CNT "Estudios"]. 

¿Qué es el Anarquismo Social? Acercamiento a un plan de programa político y expresión organizativa del movimiento anarquista social.





INTRODUCCIÓN


A partir de 2008 en nuestro país –sobre todo– pero también a nivel internacional, primero en EEUU y a continuación, y de manera más marcada, en Europa, aparece en los términos más absolutos el nuevo esquema de gestión integral capitalista, que venía gestándose durante décadas principalmente por parte del think tank anglosajón y siendo ejecutado por los organismos internacionales del absolutismo capitalista (UE, OTAN, BCE, FMI, OCD, CDE).

Las élites capitalistas, tras haber establecido las circunstancias para el fin del periodo “de consentimiento” del modelo de gestión neoliberal, están actualizando rápidamente sus posiciones a fin de lanzar un ataque aún más agresivo y estructurado contra las fuerzas del trabajo.

La época de la burbuja, en la que era posible comprar el consentimiento social por medio de la oferta de esperanzas y promesas de consumo con dinero prestado, ha estallado tras venir hinchándose durante casi cuarenta años. El ámbito mundial, el medio universal y el tiempo o colectivo se han visto colonizados por la relación capitalista en términos de un despiadado maltrato. Ello ha tenido por consecuencia el maltrato del propio ser humano a través de las nuevas correlaciones negativas de explotación-reproducción.

El consentimiento, como mediación política, ha sido abandonado por las élites por considerarse un proceso demasiado costoso. Éstas, al retirarse de la mesa del diálogo sobre el contrato social han dado una sonora bofetada en la cara de cuantos aún permanecían en la mesa repitiendo su cantinela sobre intereses comunes y coexistencia pacífica.

La nueva fase en la que volverán a enfrentarse conflictivamente las grandes dinámicas del siglo XX –según fueron expresadas por las fuerzas de clase– se llama, por ahora, Crisis. La Crisis hace directamente pedazos todas las previsiones, todas las formaciones sociales y políticas anteriores y, con ello, el conjunto de los modelos de resistencia que tomaron forma en el núcleo del período “de desarrollo” de posguerra.

La crisis vuelve a traer como una prioridad a la esfera pública el problema social arquetípico de la desigualdad y la injusticia en el moderno marco del capitalismo globalizado. Al mismo tiempo, acentúa las contradicciones que rigen el tejido social.

Todo lo que se había producido como derivado de las fuerzas sociales en conflicto e en el terreno biopolítico de la gestión socialdemócrata se rompe como un simple jarrón a la primera disputa de la nueva época de agitación.

Ninguna de las fuerzas políticas puede ni quiere darse cuenta de esta nueva realidad, mientras por otro lado, la masa impotente –por ahora– de los oprimidos aún no ha conquistado las armas de la confrontación y permanece desnuda frente a los ataques de las élites.

El antiguo mundo, el modelo de gestión política anterior a la crisis, se identifica con el nuevo paisaje del ámbito político derruido, expresando la descomposición social en el entorno en de la recesión. Por ello constituye un lugar común para el imaginario colectivo el que el conjunto de formaciones políticas y sociales de mediación, sea cual sea el punto del abanico político en que se sitúen, sea responsable –de una u otra manera– de la situación actual.

La rearticulación de las clases, entre otras cosas, transforma las herramientas de construcción de ideologías, signos políticos y modelos de acción colectiva. Sobre todo vuelve a plantear los grandes debates, de donde suelen resultar los grandes relatos que, con independencia de sus anteriores funciones, no parecen agotar sus coordenadas para un mundo que, al contrario de lo que tal vez creíamos hace unos años, no había escuchado todo lo que –supuestamente– estaba ya dicho.


LA SITUACIÓN POLÍTICA

La Crisis es, en esencia, la sala de espera y el estadio ineludible por el cual debe pasar el capitalismo, antes de conducir a las sociedades occidentales al nuevo orden del absolutismo económico incontrolable del capital. Este período, pues, adquiere dimensiones de gran importancia, ya que de las resistencias que la las sociedades produzcan dependerá la nueva relación dinámica que determinará no solo las correlaciones políticas, sino también las –más profundas– sociales e institucionales. Y esto será en tanto que los mandatos políticos de la administración se relacionen cada vez más directamente con las vidas de los súbditos, hasta tal punto que se llegue a cuestionar la inviolabilidad de la propia vida y de las condiciones necesarias para ella.

Nuestras concepciones con respecto a las herramientas filosóficas y el pensamiento político que nos permitan la penetración social deberán adaptarse a este marco que ha ido tomando forma en los últimos años.

La retirada de las promesas capitalistas y el agotamiento del material básico para la construcción del consentimiento, es decir, el dinero, otorga unas características explosivas a la base social y desvincula en masa a los oprimidos de sus anteriores elecciones políticas y tal vez ideológicas. En cuanto el capitalismo se ve incapaz de llenar las bocas de las clases inferiores, incluso de la manera más elemental, tanto más la democracia burguesa se va retirando de la escena. En definitiva, se inaugurará la época de la tensión y la agitación. Ésta puede asimilarse, como situación de conflicto, con el período de dominio absoluto del capitalismo occidental durante la articulación feudal y la vida rural.

En Grecia, este experimento no sólo se ha puesto en marcha ya, sino que ha recorrido un gran trecho. La primera parte de la confrontación se está desarrollando, con las fuerzas organizadas del Estado y el capital oponiéndose a las fuerzas sociales desorganizadas de los que resisten. La incapacidad de reunir las fuerzas sociales de resistencia y cambio en torno a un programa de orientación revolucionaria y radical, puede en principio considerarse razonable. La reconstrucción de la teoría y la práctica radical se presentaba como una labor realmente difícil, especialmente tras un período de extendida desidia social, alimentada por el consentimiento europeo y la socialdemocracia “actualizada” del dinero prestado. Naturalmente, esta última seguía produciendo esclavos, utilizando sobre todo la mano de obra extranjera.

Hoy, sin embargo, cuando apenas se ha formado un polo organizado de resistencia de orientación revolucionaria, y antes de que el movimiento social haya podido llegar ser verdaderamente amenazante, vemos que el sistema está movilizando incluso sus reservas fascistas. Ya que la referida incapacidad de unión se ha gangrenado, la opción del conflicto creativo se ve alejada, en el mejor
de los casos, en beneficio del “reformismo izquierdista” modernizado. En el peor de los casos, se ve reforzado el bloque de la extrema derecha y la anti-rebelión nazi.

Tras cuatro años de Crisis, han hecho acto de presencia todos los comodines de la vida política, ya vistan la camisa del reformismo, la corbata del neoliberalismo, o incluso el uniforme de las SS. Aunque todos los fondos de pensamiento han quedado vacíos de esencia desde hace ya tiempo, siguen produciendo tendencias de influencia sobre la vida social, haciendo aflorar a la superficie los lodos de las concepciones más inhumanas.

La facción revolucionaria del movimiento social es la única que todavía no ha establecido los términos para su expresión política y organizativa. No ha recapitalizado los movimientos sociales y las innumerables fuentes de resistencia y creación social en un cuerpo unitario que sea capaz de presentar batalla a lo establecido, al reformismo y al nacionalismo. Para que esto fuera posible, el movimiento social organizado, revolucionario y de clase debería restablecerse como potencial de salida del entorno de la explotación, tanto a nivel teórico como al político, estratégico e incluso táctico. Esto ocurrirá siempre que se dé forma a un programa basado en la necesidad social que le permita, ante todo, imponerse en el interior del movimiento social, reagrupar las fuerzas en general de sus referentes ideológicos e inspirar los deseos de los marginados, los pobres, los proletarios.

Dada la situación de emergencia que ha provocado condiciones de indigencia en el cuerpo social, el movimiento que consiga proponer un rumbo de acción política siguiendo el norte de la necesidad social será el que logre convertirse en la palanca de una salida positiva de la maquinaria capitalista.

Especialmente, en la Grecia de hoy día, un movimiento de política revolucionaria deberá ofrecer respuestas de manera global incluso en el plano de los valores. La continua degradación de los ingresos de los trabajadores provoca situaciones de indigencia, la tasa de paro remite a condiciones de genocidio de la mano de obra sobrante, y la política nazi de los campos de concentración y la difamación pública con la excusa de “políticas sanitarias”, puede entenderse desde la perspectiva de clase de la ilegalización de la numerosa mano de obra extranjera.

La retirada del Estado de sus “deberes” de atención social, en beneficio del capital privado, hasta tal punto de no ofrecer ya nada a las capas sociales más desfavorecidas, señala el camino a seguir por el movimiento revolucionario, mostrando qué es lo que puede y debe ser reemplazado de sus estructuras. La extensión del déficit a la educación, la sanidad y los bienes públicos en general, sienta las condiciones para la negación del poder del Estado y del capital en términos absolutos, materializando el primer paso de la autodefensa social, en tanto enciende la mecha de acción creativa y social de la base. Esta última es la que debe asumir la responsabilidad política y social para cambiar las condiciones de vida actuales.


UNA TEORÍA

De lo expuesto debe desprenderse la reflexión sobre aquellas herramientas que puedan conformar una propuesta de confrontación integral. El voluntarismo útil no puede prometer un mundo nuevo por sí solo, en una época en que los significados son muy difíciles de comprender por la base social. Incluso el significante se ve hurtado tras los diversos y complejos procesos de alienación inyectados como virus en el cuerpo social por la anterior gestión capitalista de las promesas, la participación, la inclusión y el consumo.

El lema de “lo que dijimos antiguamente sigue valiendo” fue un resorte útil para el período anterior, cuando el movimiento social revolucionario tenía que librar una dura batalla de supervivencia frente a la amenaza de desaparición del marco de derecho. La liquidación de sentidos impuesta por el actual relato postmoderno ha encontrado la manera de penetrar en el interior de los movimientos sociales. Hoy, sin embargo, en medio de las nuevas circunstancias que van tomando forma –donde los supuestos ciegos se han retirado de la escena de la realidad y ya sólo fingen no ver los que no quieren ver– debemos dar un paso más adelante diciendo: ¿cuánto exactamente de “lo que dijimos antiguamente sigue valiendo”? ¿Cuáles nuestra relación con el pasado y con el presente, y de dónde extraemos la expectativa de pensar en un futuro diferente? ¿Qué dialéctica de continuidad-discontinuidad diferente revela nuestro arsenal teórico y nos impulsa a reformular nuestra política, estableciendo nuestras herramientas de pensamiento e inspirando nuestra acción?

Todos los “grandes relatos” de los siglos XIX y XX parecen haber sido ensayados, al menos una vez y aunque sea de forma distorsionada en algún punto del planeta, sobre todo como programas de gobierno. El sistema de pensamiento creado por el anarquismo clásico es el único que no ha conseguido, entre la multitud de movimientos obreros y políticos de base, conquistar en algún rincón del mundo el ansiado “poder” que le permitiera vanagloriarse de que su realización es posible.

Esta realidad, es decir, la incapacidad de transformar al anarquismo de reserva filosófica y herramienta teórica a política “de gobernabilidad”, ha sido considerada por algunos bienintencionados como una debilidad congénita del anarquismo. La frase de “el anarquismo es utopía, no puede funcionar” se ha convertido en un cómo mantra que, aunque fue inventado por los mayores enemigos del espíritu libertario, acabó siendo objeto de “respeto” incluso por gran parte de los libertarios actuales.

Los listos y “preparados desde hace tiempo” críticos de la incapacidad del anarquismo no han sido capaces de comprender que el anarquismo no podía llegar a ser un programa integral, en la medida en que el movimiento popular de liberación en sentido amplio había sido vencido muchas veces, incluso en su ámbito más fuerte, el de los valores. Y en tanto que el movimiento de liberación y emancipación de los oprimidos había sido vencido, es decir, no consiguió limitar la batalla de los valores universales exclusivamente contra sus enemigos declarados, y en tanto que no fue comprendido en profundidad el sentido de lo justo por parte de los de abajo, el anarquismo no podría dominar en ningún lugar. Esto fue así porque, al contrario de lo que ocurre con otras corrientes de pensamiento revolucionario, el anarquismo no podía funcionar a nivel “gubernamental” separado de una sociedad que desconoce las bases y consecuencias de una filosofía de la liberación. En tal caso, el anarquismo sería un velo ideológico, un mecanismo que encubriría las necesidades de supervivencia de una casta más de rapaces burócratas y autoritarios.

La única manera de que el anarquismo se implante es mediante la comprensión profunda de las necesidades de los sujetos sociales por ellos mismos, a la vez que del modo en que éstas puedan realizarse. Éste debe ser el instrumento de control de las estructuras de liberación social de la gente común, inspirando su trayectoria política, hasta acabar con el poder dividido y la “independencia” en la esfera económica. Únicamente a través de un proceso de liberación integral en múltiples y diferentes niveles de la vida cotidiana, podrá el anarquismo revelarse como “políticamente realista” y conformar un modo de decisión universal, erradicando de una vez el propio concepto de la política y, naturalmente, de “gobernabilidad”.

Lo que se presenta como incapacidad del anarquismo para “ejercer la gestión” es tal vez “natural”, si entendemos el anarquismo como un yacimiento de pensamiento de la sociedad que se ejerce en la libertad y no como seno de una determinada nomenclatura. Entre otras cosas, esta “incapacidad” ha protegido al anarquismo de bañarse las manos en la sangre de millones de personas en el embudo del genocidio de la humanidad que se dio en el siglo XX. La anarquía, como dialéctica de emancipación no separada del pueblo, no habría podido nunca tener su propio Dachau, Auschwitz, Treblinka, Hiroshima, Nagasaki, Siberia, Crostandt, y un largo etcétera. Sin embargo, puede reconocerse a sí misma en los miles de lugares donde aún arraiga. Pero, sobre todo, se encuentra en las propias personas que la siguen anhelando e invocando, a fin de mantener la posibilidad de hacer real la emancipación y liberación de la humanidad.

El anarquismo es el espíritu libertario y el diálogo mantenido con la realidad y sus dificultades en cada momento histórico. Se entiende como conciencia del pueblo, que puede y debe reinventarse a través de las luchas de los pobres, hasta adquirir una forma y una estructura, dándoles de nuevo un contenido liberador. Esta es, pues, la matriz del pensamiento del movimiento libertario, que intentaremos desarrollar reforzando el arsenal de la liberación. Aquí, tal vez sea necesario proceder a ciertas aclaraciones. El movimiento social anarquista actual no puede ser definido íntegramente en función de sus antiguos ropajes. La primera mera aclaración tiene que ver con el alejamiento definitivo de la segunda reserva de acción y pensamiento de una tendencia del anarquismo, el nihilismo. Reconocemos que existe “la cara oculta de la luna” del anarquismo –siempre ha existido– y en este punto debemos definirla como completamente ajena a la nuestra. La concepción del anarquismo social es compañera de camino de la dialéctica de la pasión por la libertad individual y social.

No podemos, por razones de espacio, introducirnos en las dinámicas de conflicto que sitúan nuestro pensamiento lejos de la corriente del nihilismo. En este punto, baste con dejar constancia de esta primera postura diferenciadora, hasta que podamos volver sobre ella en otro artículo.

El adjetivo “social” acompañando al “anarquismo”, se presenta hoy, por desgracia, como una aclaración necesaria. Todas las “concepciones cruciales” se redefinen para evitar los fantasmas de los crímenes cometidos en su nombre. El comunismo busca de nuevo su rostro humano, como teoría de la libertad universal y como proceso de superación del eterno conflicto de los seres humanos con la pobreza, la desgracia y la dependencia, a las que otros hombres los condenan. Para lograrlo, deberá matar los fantasmas de sus propios verdugos, sus secretario generales y sus cónclaves. Sólo entonces podrá esperar convertirse en lo estaba destinado a ser y no aquello que llegó a ser.

Incluso la democracia burguesa, aunque se da aires de victoria, siente la necesidad de redefinirse. Por un lado, se da cuenta de que no es inocente de la sangre de tantos millones de personas derramada en la tierra para que el sueño occidental pudiera sentirse satisfecho. Por otro lado, la política de las élites la conducen a una versión suya tan absoluta que desde ya debe empezar a justificarse. La reinstauración del nazismo, cuyo nombre, desde luego, no confiesa, será su complemento dialéctico, ya que su utilidad para el capitalismo ha existido siempre.

El anarquismo social, al menos, no se está redefiniendo para bañarse en la fuente de Siloé y purificarse de los crímenes cometidos. Se redefine para ser responsable sólo de los actos que corresponden a su línea filosófica, su orientación libertaria y su naturaleza humana, por rechazar los esquemas cerrados, los aforismos absolutistas y las beatificaciones de consentimiento.

La reserva, pues, del anarquismo social comprende tanto la visión anarcocomunista como la anarcosindicalista. En la medida en que superamos los límites cubiertos por los matices rojinegros, podremos reconocer aspectos del pensamiento libertario en los consejos obreros, en el triste sacrificio de los espartaquistas, en diversos movimientos revolucionarios de toda la tierra: especialmente en los zapatistas, en los autónomos de Italia y Alemania, en el pensamiento político influido por el mayo francés, y hasta en el propio Marx (cuya contribución a la orientación libertadora de la humanidad no puede silenciarse en nombre de una rivalidad anticreativa). Especialmente sobre Marx deberemos volver de manera más incisiva sobre las diferencias y continuidades que comparte su obra con el movimiento anarquista. Como aliado en este intento podemos contar con las iniciativas positivas de diversos grupos que intentan en los últimos años abrir grietas en el muro de la lectura articularista de las ideas y su historia. Al mismo tiempo, y a fin de enfocar de nuevo el conjunto del pensamiento revolucionario, deberemos afrontar críticamente las disgresiones de las corrientes revolucionarias. En cuanto a Marx y su obra, la superación, por ejemplo, del leninismo, como puente de comunicación con el pensamiento marxista, contribuiría más bien al proceso de recuperación de una punta de lanza revolucionaria bien afilada para el arsenal del pensamiento radical.

La conjunción de los elementos cualitativos de pensamiento de estas corrientes debe considerarse hoy indispensable para la reformulación del potencial social de la reivindicación revolucionaria. Debe ponerse en claro el hilo común que puede unir los razonamientos parciales, renombrando los instrumentos de seguimiento de este proceso, de manera que apuntemos, realmente, a una fertilización acertada de pensamientos y no a un obsceno mercadillo de ideas.

Un “punto de referencia firme” y útil para nosotros, deberá ser el espíritu libertario que toma forma sobre la base política y filosófica, partiendo de la crítica anarquista a la estructura política de la concepción marxista. Dicha crítica transforma los conceptos de “democracia directa”, “autogestión” y “anti-jerarquía” de simples juegos dialécticos”, como los querría Engels, a cualidades que abren los grandes “porqués” del poder disociado, antes incluso de que éste ocupe su lugar en la tribuna de la historia como el monstruo de la burocracia “revolucionaria”.

Asimismo, una herramienta y punto firme de pensamiento, análisis y praxis debe considerarse, irremisiblemente, la propia necesidad social. Todos los demás indicadores muestran la ideología como una realidad distorsionada, como una servidora forzada de impulsos interesados. Hay que darle la vuelta definitivamente a la frase de “lo que es bueno para nosotros, es bueno también para los pobres”, y que quede, para siempre, como debe: “Lo que es bueno para los pobres, es bueno también para nosotros”.

Finalmente, en un último giro, tratamos la forma política para referirnos a los ya clásicos extremos del movimiento anarquista. Se trata de de darle la vuelta al refrán “construir destruyendo”, poniendo de nuevo de relieve la más plena elevación de la estética anarquista social, que resulta de la dialéctica de la negación como posición afirmativa y se refleja en la resolución: “destruir construyendo”. A través de estas perspectivas sobre la sociedad podemos reconstruir el anarquismo como una dialéctica cotidiana de la vida, como riesgo y levadura donde se amasa la revolución con la realidad.

Estableciendo a los explotados por el Estado y el capital como sujetos de acción, intentamos equilibrar la ósmosis del pasado útil con la importancia del presente actual, en una correlación para la conformación de un futuro diferente.


UNA POLÍTICA

El referido marco de pensamiento será una simple contribución teórica para un diálogo indefinido, si no es capaz de cristalizar como dinámica política; es decir, como cultura de creación de nuevos conjuntos que traigan una nueva concepción unitaria y se hayan cultivado con los materiales de la liberación en el fértil terreno de las experiencias sociales.

Más en concreto, si hay hoy en día dinámicas sociales que superen ampliamente en volumen la propia visión anarquista, aunque tengan relación orgánica con su filosofía, éstas se encuentran en la auto-organización de las masas y en su autogestión, así como en la negación como cuestionamiento en la práctica de lo establecido. Deberemos, pues, llamar a estos procesos dinámicas del anarquismo social: el terreno sobre el cual puede florecer la lógica del pensamiento radical y la acción revolucionaria. Incluso aunque no existieran ciertas corrientes de pensamiento, como el anarquismo, basadas en su concreción en estos procesos, sería posible que volvieran a aparecer los conceptos de la auto-organización y la autogestión.

Y en eso precisamente reside su dinámica. Sin embargo, dentro de la relación capitalista, la articulación de clases, la violencia del Estado, la represión, los intereses disociados, el paro y la pobreza no dejan margen para permitir que las cosas se desarrollen a su propio ritmo.

Entendiendo la intervención social como el terreno fundamental para la participación de nuestras ideas en el ámbito público, debemos intentar concretar esta dinámica también desde el punto de vista político. El primer paso en esta guerra de posiciones contra el capitalismo y el poder debe ser la defensa de las estructuras de auto-organización y autogestión, con el fin último de hacer consciente su relación dialéctica con la sociedad. Ellas, como posición común de radicalidad social bajo la concepción de la Autogestión generalizada, son la forma que deberá derribar y sustituir por completo al sistema de poder actual. Deberemos tener siempre en mente una revolución en términos referidos a la gente común, una revolución en términos de mayoría. De otro modo, una formación cerrada, de unos pocos, no podrá tener lugar, y si lo hace sus resultados serán más que dudosos.

No podemos en ningún caso ignorar, ocultando la vista, que la batalla que estamos llamados a librar se articula en muchos niveles y que debemos responder en todos ellos. A través de un proceso de conflicto con lo establecido, deberemos ir situando continua y cuidadosamente conceptos, formas, herramientas políticas y filosóficas, e incluso la propia historia, sobre determinadas bases, que sirvan para explicar nuestra concepción.

Debemos volver a tratar ciertas cuestiones relevantes, como qué significa hoy para nosotros la lucha de clases entre la autenticidad de los sujetos revolucionarios de facto y el engaño del relativismo de pacotilla; qué significa poder frente a la violencia brutal y la exclusión a que estamos sometidos, y la concepción que no asume ninguna responsabilidad de decisión, negando en esencia la propia revolución; qué es el anticapitalismo para la estéril crítica izquierdista que no se apoya en el núcleo del poder y qué para las políticas “antiautoritarias” que lo atacan todo excepto el núcleo del modo de producción capitalista; cuál es la consideración actual de la relación con la naturaleza, cuando la tecnología se vuelve contra la propia vida en beneficio del “progreso” y el absurdo neovitalismo no se da cuenta de las verdaderas circunstancias y de la raíz de la desigualdad social.

Es importante, asimismo, redefinir el sindicalismo como herramienta de conflicto revolucionario cotidiano; la dinámica del antifascismo, a través de la confrontación con los fascistas, como un ensayo general de la lucha de los oprimidos contra el monstruo del poder del Estado, y no como una cuestión fragmentaria; las dinámicas de poder, a través de las elecciones, de la “gobernanza de izquierdas”; el “realismo” político que conduce bien al reformismo, bien al fascismo; y por último, la manera definitiva de afrontar todos los aspectos de la asimilación y la represión en la calle. Estas cuestiones deben ser examinadas a fin de dar forma a un ala definida y activa del pensamiento social anarquista y radical.

El movimiento, con la dinámica que ha desarrollado el instinto o de resistencia a la barbarie autoritaria, ha mostrado ya dónde puede instaurarse un paraguas que abarque el camino revolucionario común. ¿Cuáles, pues, van a ser las células sanas que podrán constituir los grupos de base que cubran las necesidades sociales y alimenten el pensamiento político de la revolución, a través de la continua guerra de posiciones contra el monstruo del capitalismo, hasta que sea finalmente derrotado?

Los nuevos sindicatos de base, con sus características de democracia directa, de clase y de combate, así como su imprescindible coordinación, están haciendo realidad la redefinición del sindicalismo sobre la base de la confrontación –y no del consentimiento y la asimilación–, dando lugar a nuevos puntos cotidianos de conflicto con el poder capitalista.

Los centros sociales de salud solidarios y el revivir de las cooperativas urbanas y agrarias sobre una nueva base de estructura horizontal y funcionamiento independiente del núcleo del poder; las empresas autogestionadas por los trabajadores con sus vías de salida; todo ello son las estructuras que muestran cómo y con qué se pueden reemplazar las estructuras hoy existentes, el espíritu que las rige y su modo de funcionar. Ellos cubrirán necesidades, redefinirán los valores y la lógica, librando una continua batalla contra lo establecido al lado del movimiento radical en general.

La reivindicación y la acción por la gestión obrera y la conquista de las estructuras productivas revolucionan la naturaleza de las reivindicaciones de la clase obrera, transformando el obsceno regateo, ansioso porque los líderes lo guíen, en una batalla viva que necesita compañeros y luchadores solidarios.

Día tras día, las decenas de asambleas de barrio están cambiando el modo de funcionar y de pensar de los de abajo, ofreciendo la primera estructura básica para la unión del tejido social y constituyendo una primera barrera de autodefensa frente al descontrol del poder, y va ampliando sus dimensiones día a día. Al mismo tiempo, transforman los debates insustanciales y literarios sobre la aplicación o no aplicación de la democracia directa en un ejemplo o vivo de producción de procesos políticos, dentro de un marco relacional responsable de la carga de la decisión y no sólo de su deliberación.

Las milicias populares que están formando apresuradamente las facciones más avanzadas del movimiento radical, revolucionario y anarquista,sobre todo en las grandes ciudades, deberán incorporar a miles de miembros organizados en todas las regiones del país con la mayor celeridad. En virtud de la amenaza que resulta de su acción conjunta y organizada, constituyen tal vez para el régimen la tentativa más difícil de afrontar, y por ello la más necesaria y esperanzadora para nosotros. Su constitución está reforzando la lucha contra el fascismo y al mismo tiempo contra el régimen, una lucha para la que deben prepararse todos los oprimidos. Las milicias populares rompen en su núcleo el concepto y la práctica de la delegación en otros, ya se trate de la policía o del gobierno, o incluso de las bandas nazis y el incipiente “buen gobierno”. Ellas son el revivir de la herencia y los momentos más gloriosos del movimiento social anarquista organizado.

La conjunción de todas estas estructuras, procesos y funciones bajo una coordinación común, eliminaría automáticamente la incapacidad del movimiento radical de base para expresar su concreción política. Al mismo tiempo, impulsaría el contenido y el pensamiento de la revolución, como proceso social cotidiano, un paso más allá, conformando condiciones y estructuras que puedan reivindicar la capacidad dual de decisión, en el marco del conflicto de las fuerzas del poder con las fuerzas del anti-poder.

Referentes indispensables tendrán que seguir siendo la organización del potencial social desde abajo y a la contra, así como la concreción de un programa político. Este último será la decodificación de la carta de principios de las actuales necesidades sociales de los pobres y oprimidos, entendiendo la política como el arte de lo posible, y la revolución como el acto posible y cotidiano de trabajo y lucha.

El anarquismo social deberá trasladar la experiencia de la organización del ámbito social a través de los procesos y la mentalidad del “entorno”, sustituyendo la amplia red de individualidades y agrupaciones dispersas que lo conforman, por una organización política específica bajo la forma de la Confederación.

Sin embargo, y a fin de que no se reproduzcan formaciones antisociales o elitistas dentro de una forma avanzada de organización, hecho que, de ocurrir, dañaría gravemente la solvencia de la organización y del movimiento que representa, los anarquistas sociales deberán imbuirse de una profunda cultura libertaria. Ella permitirá al movimiento y sus gentes percibir los diferentes ritmos de concienciación de los oprimidos, así como la dirección permanente hacia todos los diversos campos cruciales de intervención social. Por último, las alianzas sociales y políticas deben converger, pero no sobre la base del material anterior que, al responder a estructuras más “personales” de lucha y vida colectiva, acaban en exceso ideologizadas.

Al explorar los diversos planteamientos con espíritu no polémico, sino en el marco de la tolerancia de lo diferente que lleva a la necesidad de una mayor convocatoria –como por otra parte muestra el legado de la educación libertaria también al intentar establecer distinciones a nivel social y político–, la cuidadosa concreción de referentes ideológicos, modos de lucha y herramientas de análisis deberá combatir en el entorno social, teniendo siempre en cuenta la importancia de la acción organizada, la confrontación de clases y la necesidad social. Únicamente de este modo podrá apuntar acertadamente a la transformación de una manera revolucionaria.

El primer paso en esta dirección puede ser un marco estable de diálogo entre los grupos imbuidos por los postulados filosóficos y político-ideológicos del Anarquismo Social, que continuamente están creciendo en el ámbito griego. La coordinación y la convocatoria del congreso nacional de Grecia pueden y deben ser un objetivo alcanzable, que dé forma y actualice al movimiento social anarquista revolucionario.

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